Óscar Sánchez Vega
1967, Oviedo
Filósofo
Hegemonía
4 enero 2015
594 palabras
Se denomina hegemonía al dominio de una entidad sobre otras del mismo tipo. El término deriva del griego “hegesthai” que significa “conducir” o “ser guía”. En la antigua Grecia el “hegemone” era el comandante en jefe del ejército. El uso filosófico del término en la Antigüedad se debe, fundamentalmente, a los estoicos. Para Crisipo, por ejemplo, la “parte directora del alma”, la parte racional, es “hegemónica”. Con ello quiere destacar que la razón es el principio unificante que hace posible la unidad del alma humana.
Pero debemos esperar a finales del siglo XIX para encontrar a la noción de hegemonía en el ámbito que, partir de entonces, le será más familiar: la filosofía política marxista. Para Lenin la hegemonía es “dirección política en el seno de una alianza de clases”. La dirección política es para la clase obrera y la alianza es, básicamente, con el campesinado y la pequeña burguesía, pero se trata de una alianza coyuntural, los intereses de las clases permanecen separados (como quedará patente después de la Revolución de Octubre). Antonio Gramsci años más tarde, hará de esta noción el centro de la estrategia política del Partido Comunista Italiano. La hegemonía es para Gramsci, fundamentalmente, liderazgo intelectual y moral en el seno de un “bloque histórico”. Es la clase obrera, mediante el partido que la representa, el Partido Comunista, quien está llamada a liderar un bloque opositor al capitalismo. Pero este “bloque histórico” está mucho más cohesionado que la “alianza de clases” que proponía Lenin, en el bloque histórico los intereses y objetivos son comunes, estamos ante una profunda simbiosis no ante una mera alianza coyuntural. Finalmente el filósofo argentino Ernesto Laclau, partiendo de Gramsci, propone una última modulación de la noción. La hegemonía es, en primer lugar una propiedad de un discurso, de una “formación discursiva”, que surge cuando se consiguen articular lo que antes eran elementos diferentes y aislados, que pasan a ser considerados “momentos” integrados en una totalidad. Esta articulación es posible porque los antagonismos que atraviesan la sociedad no son absolutos -si lo fueran no habría nada que “articular”-. Hay siempre términos, que Laclau llama “significantes vacíos” que pueden ser asumidos como propios por colectivos diferentes (ocurre esto, por ejemplo, con las nociones de “democracia” o “libertad” que pueden servir para aglutinar en torno a ellas a colectivos y clases diferentes). Pues bien una posición hegemónica es aquella que se apropia de tales significantes vacíos y los convierte en “puntos nodales” de un nuevo discurso que une a grupos distintos, otorga nuevos significados a otros términos o significantes y da un nuevo sentido a las cosas.
Entiendo que esta noción de hegemonía puede también ser aplicada al campo de la estética. Si afirmamos, por ejemplo, que el expresionismo es el movimiento artístico hegemónico en Alemania a principios del siglo XX, lo que queremos decir que en torno al nuevo discurso se agruparon artistas muy diferentes, que entendieron el arte de su época a través de ciertos puntos nodales, tales como “libertad individual”, “sentimiento”, “subjetividad” “simbolismo” etc. La potencia del discurso, nos enseña Laclau, estriba en su potencia articulatoria: en la medida en que el expresionismo fue capaz de integrar a artistas y corrientes diversas como “momentos” de un único discurso, el expresionismo fue la corriente hegemónica. A medida que se fue “fosilizando”, perdiendo esa capacidad articulatoria de la que hablamos, el expresionismo entra en decadencia y surgen nuevos discursos hegemónicos. La hegemonía es pues, conforme a Laclau, una propiedad de un discurso que consiste en la capacidad articulatoria para integrar elementos dispersos como momentos de una totalidad.