Eloy Serradilla García
1992, Ciudad Rodrigo
Graduado en geología por la USAL
Ciencia
3 diciembre 2014
254 palabras
Encajar la ciencia en el entorno artístico es complejo (y si nos permitimos el oxímoron, simple si se conocen las raíces) desde la siguiente perspectiva: saber (o pretender) que serán fin y medio en conjunto pleno hacia la adquisición de un conocimiento continuo.
Como premisa sería preciso establecer que ninguna rama de origen social es inherente a ninguna otra. Desde los espejos del arte deben reflejarse todos los demás aspectos que se notan en el sistema social al que está anclado. Se debe no olvidar su origen. Se debe establecer los medios para no olvidar hacia dónde se dirige.
Por ello, el arte debe comenzar a soslayar a la ciencia, y la ciencia al arte, de forma mutua. Un goteo de cuestionamiento forzado y no forzado con algo grabado a fuego: que éste esté al alcance de todos. Algo complicado en el marco donde nos situamos, con agria evidencia. Pero ello debe ser el motor de lo que se suceda. Por necesidad.
Subrayando, se conformaría un puente entre ambos. ¿Cómo interpretar el concepto del vacío, del espacio, del todo y de la nada? ¿Cómo hacerlo accesible? Seguramente el caso más llamativo sea el de los paleoartistas del anterior siglo, aquellos que comenzaron a representar la vida pretérita sobre el óleo en base a los nuevos hallazgos paleontológicos; aquellos pioneros que hicieron que fuese capaz llevar tales conceptos al cine, al hombre de a pie, como generación de conocimiento.
¿Por qué no seguir alimentando esa genealogía tan emergente que encadena ambos conceptos como algo invalorable?